Cap.24: La Comprensión Anatheorética (CA)
Al sacralizar el hemisferio cerebral beta hemos convertido el mundo en un cuadrilátero. Y nosotros –cada uno de nosotros– somos el púgil que, en todo momento con los guantes puestos, esperamos que suene la campana para aporrear al de la otra esquina del cuadrilátero. Sea lo que fuere lo que allí esté. Todo es nuestro enemigo. Todo es alguien o algo a quien o a lo que hay que combatir. Y así hemos formado una sociedad de sonados que van trastabillando por el cuadrilátero al tiempo que lanzan puñetazos al aire. Y, así, tensos cuando golpeamos y sumidos en la falsa distensión del estrés cuando la campana nos devuelve al rincón del cuadrilátero, nos movemos y nos aquietamos en todo momento sumidos en el delirio y en la agonía de una vida que hemos convertido en una guerra de zumbados perdedores.
¿Quién nos ha enseñado a cerrar los puños en lugar de ofrecer la mano abierta? ¿Quién nos ha enseñado a sujetar en lugar de decirnos que la felicidad consiste en liberar? ¿Quién nos ha negado el derecho a ver por nosotros mismos? ¿Y quién nos ha dicho que el otro es nuestro enemigo, que tenemos que golpear al otro para que nosotros podamos seguir siendo?
En Anatheóresis, comprender no es entender
Aceptémoslo de una vez por todas. No se trata de golpear, se trata de comprender. Pero quede claro que comprender en Anatheóresis no es entender. La palabra entender surge del mismo HCI que nos impulsa a combatir. Entender es un puro ejercicio mental exteriorizador, es un efecto pantalla toda vez que no exige un cambio interno en el que entiende. En tanto que comprender es entender de forma visceral, metabolizando lo entendido, sintiéndolo como algo encarnado en nosotros. Entender es conocimiento, ciencia. Comprender es sabiduría.
En las antiguas culturas analógicas se le daba el nombre de Pontífice a quien hacía y se hacía puente. A quien, por haberse hecho puente, había unido las dos orillas del río de la vida: lo subjetivo y lo objetivo, el sentimiento y la reflexión, lo invisible y lo visible, el espíritu y la materia, el cielo y la tierra y, en definitiva, el HCD y el HCI. Y que, por haberse hecho puente él, hacía posible también que por él transitaran los demás de una orilla a otra.
Ahora los pontífices de la ciencia y de la religión son sólo, y a lo sumo, constructores de puentes, pero ellos, su vida, no se enriquece al tiempo que construyen esos puentes –que son sólo materiales, que son sólo puentes del HCI –, ellos permanecen ajenos a la labor alquímica de construir dentro para que ese dentro se manifieste fuera. Su piedra filosofal no es la que convierte el cuerpo denso en el oro espiritual del cuerpo sutil, todo lo contrario: es la que puede unir partículas sutiles para formar oro material.
Comprender, en definitiva, es saber –sabiéndolo con mente y con cuerpo–, siendo ya eso que se ha comprendido. Y eso es liberación. Justo lo contrario de cuanto hace nuestra medicina convencional, que interpreta y combate o interpreta y crea murallas, según entienda. Que crear murallas es también combatir. El púgil beta de nuestra cultura unas veces golpea y se faja y otras se guarece tras los puños.
En Anatheóresis es fundamental comprender –no entender– qué es comprensión. De ahí que preconice que todo anatheorólogo debe haberse sometido antes a una terapia anatheorética. Sólo así puede llegar a la clara, profunda y vital comprensión de esta palabra.