Abusos Sexuales

¿Cree que puede ayudarme?

La miré largamente en silencio. Sus palabras habían sonado más a una súplica que a una pregunta. Escondía las manos bajo las mangas de su jersey, y su cuerpo, pequeño y delgado, estaba encogido. Sus ojos ambivalentes expresaban la belleza y alegría de su juventud, enturbiados por una gran angustia. En aquel instante, sentí que el miedo la atenazaba.

—Mira, Verónica —le contesté—, debo decirte ante todo que sí creo que puedo ayudarte, pero tú, y solo tú, puedes resolver tu dolencia. Yo voy a luchar contigo y te voy a acompañar en todo momento.

Vi en sus ojos un atisbo de esperanza.

—Lo malo —me dijo— es que en tres semanas tengo que estar en Nueva York, haciendo mi primera grabación.

Ahora lloraba. Un leve rumor de gemidos invadió mi despacho.

Me levanté de mi mesa y me acerqué a ella. Puse mi mano en su hombro, la miré a los ojos y dije:

—¿De verdad quieres curarte?

Casi con rabia me increpó:

—¡Sí!

—Bien —la tranquilicé—, mañana te espero a las 10.

Unas horas antes, había recibido una llamada telefónica en la sede de Anatheóresis. Era el novio de Verónica, y me dijo que necesitaba urgentemente que atendiera a su novia. Llevaba más de un mes sin poder cantar; tenía la voz bloqueada.

Verónica llevaba desde niña educando su voz con una más que famosa soprano italiana, y ahora, justo ahora que había conseguido su primer contrato importante, sentía que algo molestaba en su garganta, impidiéndola cantar.

Había acudido, unos días atrás, a varios especialistas y ninguno encontraba una causa concreta para su dolencia.

Empezamos la terapia y, ya en la primera sesión, dio síntomas alarmantes de sus profundos daños.

Estando con el árbol (símbolo arquetípico del padre):

V: Es un árbol grande, con pocas hojas, está como seco.

F: Oye, mira a ver si te gusta ese árbol.

V: No… me da miedo.

F: Acércate, toca el árbol con tus manos.

V: El tronco es rugoso. Me da miedo y asco.

F: ¿Qué pasa, qué te da asco?

V: Es que está pringoso… (empieza a llorar) y pincha.

F: Mira, dos ramas de ese árbol te van a abrazar.

V: Empieza a toser con grandes arcadas (con gran catarsis).

V: Un palo del árbol me ha entrado en la boca…

No insistí, pasé a otros símbolos del nacimiento y el claustro materno.

Al acabar la primera sesión, ya en estado de vigilia normal, me comentó que lo había pasado fatal con el árbol. Además, el árbol le hablaba y ella no quería oírle.

F: ¿No oíste nada?

V: No, no quise. Me recordó cuando estuve enferma y me tuvieron que ingresar.

F: ¡No me habías hablado de esto cuando hicimos el historial!

V: Con 15 años, empecé a oír voces. Yo pensaba que era el diablo. Voces insistentes y amenazantes que me decían que me tocara… (se pone a llorar).

Me ingresaron en una clínica psiquiátrica. Durante 10 días tuvieron que atarme las manos a la cama. “Me destrocé los labios”. Pero me daba mucho miedo no obedecer. No te he contado nada porque me daba vergüenza.

Estaba encogida en el diván. Me conmovió su fragilidad. Siguió contándome su historia: diagnosticada de brote psicótico, la trataron con narcolépticos. Aquel episodio pasó, Verónica volvió a su vida normal, compaginando sus estudios y su formación profesional como soprano.

Hasta la fecha, habían pasado seis años y nunca volvió a tener este problema.

Teníamos poco tiempo, así que, tras un par de sesiones, tratando de no profundizar demasiado en este tema (tenía miedo de que, tras una fuerte abreacción, la paciente se bloquease), fui directamente a sus 15 años.

F: Mira, te vas a ver en tu pantalla mental unos días antes de caer enferma. Y fíjate qué está pasando.

V: Sí, me estoy viendo, me estoy sintiendo triste.

F: ¿Qué pasa, por qué estás triste?

V: Es un profesor. No me gusta cómo me mira, me mira mal.

La bajé en edad con un buen hilo de Ariadna. Y me dio la siguiente escena.

V: Estoy con papá en casa, tengo cuatro o cinco años. Papá me acaricia, me dice que me quiere…

(Más adelante, y con gran catarsis)

V: Tengo el pene de papá en la boca, me ahogo.

Fue relatando y vivenciando dramáticamente su biografía oculta, sepultada en lo más profundo de sus ondas theta. Se dio cuenta, inmediatamente, que la voz del diablo diciéndole que se masturbara era la voz del padre que le decía que se tocara mientras estaba con ella.

En las siguientes sesiones logró apartar emocionalmente el pene de su padre que dañaba su garganta.

En una buena terapia, el paciente comprende sus daños y por qué se actualizan. Es fácil entender que, cuando alguien la miraba mal, su daño, hasta entonces inconsciente, la derrumbaba.

Por desgracia, estaba sufriendo actualmente acosos de la persona que la había seleccionado y conseguido el contrato con la casa discográfica.

El sentirse acosada fue suficiente para bloquear su voz.

Habló con su madre y pudo confirmar todo. Esta fue la causa de que sus padres se divorciaran cuando ella tenía apenas seis años. Su madre nunca contó nada de lo ocurrido para que olvidara lo antes posible. Nunca había encontrado el momento oportuno.

Recordamos siempre en el Centro de Anatheóresis Madrid, cuando al terminar la sexta sesión y para gratificarla, una vez convertidos sus vectores patológicos, le dije:

F: ¿Qué te apetece hacer?

V: Cantar, Fernando, cantar.

F: Pues venga, canta lo que quieras… ¡canta!

Nos sorprendió a todos, no solo a mí, que estaba a su lado, el asombroso sonido de su voz, que inundó todo el Centro y, por consiguiente, las otras salas de sesiones que estaban en ese momento ocupadas.

Realizó su grabación. Cuatro meses después volvió para terminar su terapia, ya que muchas de las raíces emocionales se encuentran siempre en el claustro materno y el nacimiento.

Así, pudo librarse de otros traumas e impedimentos.

Ya estaba preparada y pudo viajar para hablar con su padre, también artista, que estaba desde hacía años en un país de América.

Conoció a su hermanita de tres años, fruto del segundo matrimonio de su padre. Lo único que exigió es que respetase a esa niña. No quería que pasara por lo que ella había pasado.

Hoy, Verónica es una mujer feliz que ha triunfado en su mundo y está felizmente casada.

Han pasado muchos años, pero aún, de vez en cuando, recibo su visita y sus últimas grabaciones.

Fernando Martínez Amaya