La responsabilidad de ser madre
En tiempos de nuestros abuelos –y en algunos casos todavía ahora– el embarazo se consideraba algo así como que una mujer estaba incubando un tumor benigno que, con mayor o menor facilidad, expulsaría a los nueve meses.
En nuestros días se sabe ya que eso que una madre grávida anida no es algo así como una excrecencia tumoral benigna, sino un ser en crecimiento que requiere unos determinados cuidados para que no se malogre. Pero entre esos cuidados pocas veces se incluyen las necesarias atenciones emocionales.
Anatheóresis sí sabe –y algunos obstetras lo empiezan a saber también– cuál es el proceso de maduración perceptiva que vive el nonato en el claustro materno.
Y que esas emociones –sean traumáticas o gratificantes– son las que van conformando las estructuras sinápticas iniciales. Esas autopistas por las que luego circulará el pensamiento.
¿Y quién traza esas autopistas?
Todo hijo es básicamente de la madre. No hay que olvidar que el nonato no existe por sí mismo. El nonato es su madre. El nonato –en mayor o menor medida, de acuerdo con el mes de gestación en que se encuentra– es un injerto que vive mimetizado con la madre, que sólo al nacer inicia una vida propia.
Aunque en realidad no será propia, porque se llevará consigo cuanto de emocionalmente bueno o malo le haya llegado de su madre.
Supongamos a un padre que llega a una casa ebrio y golpea a su mujer embarazada.
El nonato no sufrirá –ni almacenará como memoria sentida– el estado anímico del padre, sino la forma emocional con que la madre reciba ese maltrato.
¿Y cuáles son los peores daños que puede transmitir una madre?
Es especialmente grave no aceptar emocionalmente el embarazo, toda vez que esa emoción la transmite la madre a un preembrión. O sea, a un ser sin capacidad alguna de defensa perceptiva.
Lo grave no es que una madre muestre su disgusto al saberse embarazada; lo grave es persistir en ese sentimiento de no aceptación un mes tras otro.
La experiencia aportada por la terapia Anatheóresis nos advierte de la necesidad de que toda mujer gestante tenga en cuenta que en su seno se forja el futuro de su hijo.
Y lo que más importa: que sepa que alumbrar al hijo que ha soñado es algo que está en sus manos.
Algo que, desdichadamente, no pueden decir los padres adoptivos ni quienes se sirven de una madre de alquiler.
Es más, ¿esos padres que reciben un hijo gestado por otra madre han pensado alguna vez que reciben un hijo que llega con un mensaje de futura personalidad ya esbozado en su cerebro emocional?