La Coraza
En oposición a Freud y a la psiquiatría alopática, debo proclamar que sólo la liberación de los daños nos puede sanar. Levantar defensas es, por el contrario, enfermar. Y cuantas más defensas levantamos, más y mejor enfermamos. Los mecanismos de defensa son siempre patológicos.
Cuando el dolor nos llega, no vale contraerse, cerrarse y rehuir la realidad del mensaje que quiere hablarnos. Como intuyó ya ese gran poeta que fue Rainer María Rilke: el dolor, la tristeza, la angustia, cuando nos llegan siendo ya adultos, son mensajeros de una comunicación fundamental.
No debemos, por tanto, acorazarnos ante ellos, no debemos alejarlos. Lo que tenemos que hacer es escucharlos, abrirnos a ellos.
Un ejemplo: en una de mis experiencias, la persona que había entrado en IERA tenía el grave problema de que, cuando se metía en la cama dispuesto a conciliar el sueño, automáticamente, con una nitidez angustiosa, veía fantasmalmente una mano que se disponía a levantarle la sábana, dejándole al aire, inerme.
Y esto a esa persona le resultaba aterrador. Se sentía desnudo, sin defensas, sin que nada le cubriera y amparara de tan terrible amenaza.
Lógicamente, el paciente, ante esa amenaza, se encogía –tomaba una posición fetal– y agarraba con fuerza la ropa que le cubría, al tiempo que mentalmente oponía resistencia a la visión hasta rechazarla. Así, en una pugna terrible por alejar tan ominosa amenaza, el paciente acababa al final, ya agotado, por entrar en un sueño que era casi siempre angustiado y no reparador.
Pues bien, bastó abrirle a esa visión, no dejar que se acorazara ante ella, para que la inicial amenaza de aquella ominosa mano se transformara en la imagen de la mano de su padre estando él en la cuna, cuando era bebé. Y vivenció que él estaba muy agitado, llorando y berreando, cuando entró su padre, agitado también porque eran altas horas de la noche. Y su padre –esa persona inicialmente intimidante– le levantó la sábana y le cogió y sacó de la cuna un tanto bruscamente, si bien luego le acunó amorosamente.
Así que todo se reducía a que, en su agitación de bebé, seguramente molesto por algo, había procesado traumáticamente y formado un CAT de lo que era un acontecimiento trivial.
Pero que no resolvía porque se acorazaba ante él, levantaba ante él todo tipo de defensas porque era doloroso. Cuando no había más que mirarle a la cara en IERA para comprender que matar al mensajero es prolongar nuestra agonía.