Tú tienes la verdad, pero no la razón


El embrión y el feto ya tienen memoria emocional.
El cerebro racional surge en la infancia. Somos, por tanto, y durante años, seres puramente emocionales, seres que retienen en su memoria emocional los impactos emocionales que vive la madre en su gestación y parto. Y esos impactos que nos llegan de nuestra madre, aun cuando no sea ella quien los haya originado, son los fundamentos en los que se sustentará nuestra personalidad.

Una personalidad –un YO– que será nuestras verdades sentidas, pero no nuestras verdades razonadas y objetivas.

De ahí que, por ejemplo, si una madre, al estar gestando, sufre una enfermedad grave, o si gesta sumida en una continuada depresión, el feto recoge esos impactos, pero, al no poder razonarlos, le será imposible comprender que su madre no ha querido hacerle sufrir, que su enfermedad era algo que tampoco ella deseaba.

Pero el feto ha sido ya dañado por ese impacto, de manera que, al madurar su cerebro racional –ya con siete o doce años–, lo usual es que mantenga una actitud hostil ante una madre que ese feto entendió, y sigue entendiendo, que le provocó un daño. Un daño que expresará con un sentimiento de haber sido rechazado, no querido; dos seudónimos de una misma emoción.

Así que tú tienes la verdad, una verdad que es tu verdad sentida, pero no la tienes porque no es la verdad objetiva razonada, que te daría la razón mediante un juicio no basado en previos daños emocionales.

Integrar estas dos verdades es lo que hace Anatheóresis, que etimológicamente significa:

Mirar hacia atrás, contemplando el pasado, y exhumarlo, trayéndolo al presente, comprendiendo.