Cap.9: Las Claves de la Enfermedad

Sabemos que los tres primeros estadios de percepción corresponden al HCD, si bien con matices de percepción según sea uno u otro estadio. Y no debemos olvidar que ese hemisferio no es sólo ritmo theta –si bien, como veremos, este ritmo es el que los evoca a todos–, sino que reproduce ontogénicamente la filogénesis de la especie, o sea, que reproduce esos cerebros reptiliano y límbico que la ciencia gusta de llamar arcaicos. Así pues –como ya he explicado– el HCD es básicamente analógico y emocional, al margen de que su lenguaje sea más o menos simbólico según el estadio concreto a que nos refiramos.

¿Y qué significa etiológicamente ser analógico y emocional? Primero y fundamentalmente, que todo impacto traumático –y también gratificante– es un impacto emocional, es un impacto, en definitiva, cuya carga energética altera el equilibrio afectivo, porque toda emoción es una agitación del sentimiento afectivo, una exaltación, súbita e impactante tanto del sentir interno como del sentir sensible, en la piel. Bien entendido que, como ya he advertido en anteriores ocasiones, en esos primeros estadios de percepción todo sentir es un sentir interno y externo al tiempo. Es un sentir global, que se manifiesta en la entera subjetividad del ser.

En EP1 nos encontramos, por tanto, con un ser que, por un lado, está abierto a una conciencia global y que, por el otro, se va focalizando perceptivamente y se va formando una conciencia singular, sensitiva, que posee ya –como conciencia singular que empieza a ser– una estructura, por lo menos, sensitiva celular, pero sin contornos, sin límites –o sin casi límites–, porque su percepción no le permite todavía marcar fronteras entre su él-cuerpo, no su yo, que el yo es una estructura posterior beta, y su él-entorno.

Si sabemos que un IAT es un impacto energético emocional doloroso –o sea, un impacto que nos turba y agita emocionalmente, pero de forma negativa– y si sabemos que esos impactos se imprimen en nuestra sensitividad, es indudable que un IAT lo suficientemente energético deja su huella en forma de un núcleo de energía embolsada, bloqueada, colapsada.

Bien entendido que, como más adelante explicaré, el núcleo es el hecho concreto que ha provocado esa descarga emocional, pero bien entendido también que en EP1, que es un estadio de percepción primaria –global o casi global– ese núcleo se muestra especialmente difuso. Por ejemplo, si una madre al conocer que ha quedado embarazada alimenta la idea de abortar, de rechazar a ese nuevo ser, éste recibirá el impacto como miedo a morir, porque ese nuevo ser sabe –lo sabe con todo su psiquismo, que es también todo su cuerpo– que ser rechazado supondrá su muerte. Con lo que ese impacto inicial corresponderá a un sentimiento generalizado de muerte, un sentimiento que el embrión percibirá como una fuerza que le impide ser. Y que se manifestará en su psique-cuerpo embrionario como turbación, agitación, inquietud, frío…, que se manifestará, en definitiva –así lo evoca el adulto en IERA– como un terrible sentimiento de que algo cambia su trayectoria vital, de que algo sumamente doloroso y definitivo va a ocurrir.

Opino –es sólo una opinión, aun cuando se trata de una opinión que, como todo cuanto en este libro expongo, se basa en la observación clínica de las experiencias anatheoréticas–, opino, insisto, en que el agrado o desagrado –o sea, el amor o desamor– con que la madre recibe la noticia de su embarazo es siempre –de ser ese sentimiento lo suficientemente impactante además de ser mantenido un tiempo– el IAG o el IAT que marca a fuego nuestra vida.

En EP2 –como sabemos ya– el nuevo ser se va focalizando, su universo se va estrechando en torno a él y su percepción, aun cuando sigue siendo subjetiva, posee, cada vez más, un sentido del espacio, o sea, va ajustando el espacio-globalidad del primer estadio al espacio-soma del cuerpo. La pregunta es, ¿qué le ocurre a ese ser EP2 cuando le llegan impactos traumáticos?

Supongamos un embrión que, como en el ejemplo anterior, ha recibido un IAT miedo a la muerte y ha formado un núcleo energético miedo, o sea, ha embalsado esta energía con sentimiento de muerte en su sensitividad, y supongamos también que ese mismo embrión recibe otro IAT miedo a la muerte en su segundo estadio de percepción. Supuesto esto y sabiendo que la percepción en estos estadios es una percepción de HCD y, por tanto analógica, el impacto energético del segundo estadio se unirá –por ser analógico– al impacto miedo del primer estadio, aumentando, así, la carga emocional del primero, con lo que formará un embolsamiento mucho más energético. Será ya un CAT, puesto que está formado ya por más de un IAT.

Ahora bien, no olvidemos que se trata de energía emocional y que cada emoción posee propia peculiaridad –así, ya adultos, a una la denominamos miedo, a otra rechazo, a otra soledad, etc.–. Y no debemos olvidar tampoco que en esos primeros estadios de percepción la emoción que impacta al nuevo ser es, de hecho, una emoción materna, que en ésta es un pensamiento, aun cuando ese pensamiento puede proceder de un hecho concreto. Así, volviendo al ejemplo que he dado en EP1, el miedo a morir que impacta al embrión puede no deberse al deseo de la madre a abortar, sino a que la madre ha sufrido un accidente de automóvil y esto ha puesto en peligro la vida del ser en gestación. Pues bien –como he anticipado ya– , aun cuando es cierto que la carga de los CATs es emocional, cierto es también que el hecho concreto que ha generado esa emoción –en el caso anterior el hecho concreto del accidente de automóvil– queda implícitamente grabado en esas cargas energéticas emocionales que son los CATs. Y más todavía, aun cuando la causa del IAT sea una pura especulación mental –el deseo de abortar por parte de la madre por el simple miedo a morir en el momento del parto–, esta causa mental, puramente especulativa, surge también en IERA.

Pero hay que hacer una precisión. Y esa precisión es que, como sabemos, el HCD no conoce el tiempo. Este hemisferio cerebral tiene una percepción análoga a la del oído. O sea, funciona por intensidades, no mediante estructuras temporales. Así, por ejemplo, un impacto de mayor intensidad sufrido cuando teníamos dos meses de vida intrauterina está más presente en nosotros que otro impacto analógico de menor intensidad ocurrido después de nacer, aun cuando haya ocurrido aquél en un tiempo más lejano.

No se puede considerar, por tanto, necesariamente núcleo traumático de un CAT el primer impacto que lo ha generado, puesto que puede haber otro posterior no sólo más impactante, sino que, además, por ser ya un impacto más focalizado, puede golpear en nosotros con mayor intensidad y sobre una menor superficie de conciencia. Entendiendo por superficie de conciencia el estrechamiento que ésta va mostrando mes a mes, según avanza nuestro proceso de crecimiento de un EP al siguiente, un crecimiento que sabemos equivale a un estrechamiento –a la cada vez mayor focalización perceptiva– de nuestra conciencia global. No obstante, parece que los impactos iniciales –los recibidos en el transcurso de la vida intrauterina y al nacer– suelen ser los más proclives a ocupar el lugar del núcleo, debido esto a que en esos estadios las defensas del nuevo ser son mínimas.

Por otro lado, insisto aquí en el hecho de que la percepción global y casi global de los dos primeros estadios motiva que en estos dos estadios todos los impactos emocionales sean casi exclusivamente percibidos como impacto-miedo a no ser. De hecho, sabemos que todas las emociones patológicas son una sola y misma emoción: el miedo a morir. Y este sentimiento-emoción es el que corresponde a una conciencia global. Posteriormente, cuando la focalización perceptiva va estrechando esa conciencia global este primer IAT–miedo a no ser pasa a ser CAT-miedo a ser rechazado, CAT-miedo a ser abandonado, etc. Y, finalmente, ya en EP4, esos mismos CATs, que eran todos ellos simple miedo a morir, se subdividen en miedo a ser abandonado, miedo a ser aplastado, miedo a los espacios abiertos, miedo a los espacios cerrados, miedo a… Lógicamente, queda claro que toda esa subdivisión de miedos son sólo calificativos beta, simples vocablos que califican las distintas formas en que beta experimenta el sentimiento-emoción miedo.

Es de destacar que en la práctica terapéutica de la Anatheóresis esas subdivisiones beta tienen tan sólo valor como sintomatología, porque, en Anatheóresis, con el paciente ya en IERA, todas esas subdivisiones pasan a ser las pocas emociones básicas, con sus hechos concretos, que en la vida perinatal alimentaron el IAT inicial.

Teniendo en cuenta que la enfermedad tiene su origen en esos impactos traumáticos que otros impactos analógicos van cargando de energía hasta formar los CATs, unos CATs que, primero, son causa de todo tipo de sufrimientos y, posteriormente, llevan a la muerte, la pregunta que esto sugiere es: ¿Cuál sería nuestra vida si no acumuláramos CATs en los estadios de percepción prebeta?

Para dar respuesta a esta pregunta lo primero es distinguir entre los tipos de daños que suelen generarse en los progresivos estadios de percepción y ver, luego, si pueden o no ser evitados.

Dejando a un lado la hipótesis de posibles daños procedentes de vidas anteriores –lo que es objeto de otro capítulo– y dejando a un lado también todo tipo de discusión en torno a la problemática de dolencias genéticamente hereditarias, es indudable que nuestra cultura beta de rechazo y confrontación es altamente patológica. De ahí que ciertamente podrían evitarse muchísimos de los daños que nos afligen. Qué duda cabe que una mejor comprensión de los estadios de percepción del bebé en la fase intrauterina llevaría a los padres a un más adecuado comportamiento, lo que evitaría muchos de los actuales graves daños que afligen a embriones y fetos. También los obstetras podrían evitar muchos daños al bebé con un mejor conocimiento de la forma en que esos bebés perciben. Pero, aun cuando progenitores, médicos, educadores, entorno familiar y laboral de la madre, aun cuando todo el entorno del futuro niño fuera una perfecta respuesta a sus exigencias de todo tipo –y especialmente a las de su necesidad de ser amado–, aun así, dudo que el niño al nacer llegara a éste su nuevo mundo sin CATs.

Es cierto que en EP1 un buen útero puede ser motivo de que el embrión viva todo tipo de sensaciones trascendentes, esas sensaciones de paz, de un vacío que lo llena todo, típicas del mundo arquetípico primigenio, pero, ¿qué madre puede evitar el peligro natural de un aborto o de otro tipo de dolencia o traumatismo por ella no deseado?

En EP2 el feto sigue experimentando esas sensaciones trascendentes, sólo que son ya experiencias más individualizadas, más cercanas a las sensaciones cumbre, de plenitud mística. Pero, por otro lado, en este estadio los peligros de impactos traumáticos no evitables son ya mayores.

Por ejemplo, las discusiones familiares que una madre puede no buscar ni desear, pero que le pueden llegar de forma inevitable. Y la Anatheóresis nos dice que esas riñas son causa de mareas amnióticas que forman pavorosos IATs. Y dejo a un lado otros daños no habituales como la muerte –dentro de este estadio– de personas queridas, necesidad de mantener un trabajo que daña al feto, etc. En todos estos casos, la mitología que el niño debería elaborar como expresión de sus gratificaciones uterinas –tales como ser cosmos con el cosmos, o de vivir la sensación embriagante de ser delfín en un océano amniótico– se convierte en terribles sensaciones infernales: sensación de ser sumergido y arrastrado por una marea negra, pegajosa, que le asfixia; sentimiento de presencias opresivas, ominosas, que conllevan todo tipo de peligros y otras muchas sensaciones traumáticas que, en contra del deseo de la madre, pueden convertir ese paraíso que todo útero es en un mar de los Sargazos.

Pero es en EP3 donde, aun suponiendo que nada ajeno impactara en la madre, los IATs son inevitables, porque la naturaleza ha previsto que al llegar al noveno mes de embarazo el bebé se sienta tan aprisionado, tan fuertemente inmovilizado en un útero en el que ya no cabe, que termina por desear salir o por saber que ha llegado ya el momento inevitable de tener que movilizarse para dirigirse a otro lugar, un lugar del que nada sabe, que a lo sumo intuye existe. Eso cuando no es el mismo útero el que acaba expulsando al bebé, en este caso remiso a abandonar el nido intrauterino. Y esa expulsión provocará que el bebé reviva en sí mismo la mítica expulsión de Adán y Eva del Paraíso.