Conferencia de Joaquín Grau
III CONGRESO INTERNACIONAL SOBRE LA FELICIDAD
Palacio de Congresos de Madrid, 1999
Al bajar de la avioneta lo primero que hicieron fue bajarme los pantalones y comprobar, con una inspección visual muy completa, si mis genitales eran como los suyos. Ni que decir tiene que quienes eso hicieron fueron hombres. Y aun cuando yo no suelo -ni creo poder-presumir de desmesuras la verdad es que por sus miradas y gestos comprendí que había salido aprobado de esa inspección. Y así fue como entré en el Paleolítico Inferior-Medio.
Concretamente, me había jugado la vida recorriendo cientos de kilómetros por encima de la selva ecuatoriana meridional con una avioneta que, de hélice a cola, no medía más de cuatro metros y al aterrizar había retrocedido unos 20.000 años en el tiempo toda vez que el lugar de destino, al fin hallado, era una tribu amazónica que no conocía al hombre blanco. Y allí me encontré con que, al parecer, lo único que les preocupaba eran mis genitales.
Ahora bien, teniendo en cuenta que esa tribu pertenecía a una etnia especialmente temida por todos, tan temida que es conocida con el nombre de aucas, que en Quéchua significa salvajes, asesinos, y teniendo en cuenta también que Quento, que había hecho posible el que llegara allí, ya indicó antes de emprender el viaje que no había ninguna seguridad de que saliéramos con vida, y teniendo en cuenta, asimismo, que la forma de matar de los aucas es enterrar vivo a todo aquel que consideran su enemigo, claro está que llegué a aceptar como mal menor el hecho de haber podido caer en una tribu de pederastas. Así que mi saludo fue una sonrisa y un “guaponé”. Palabra auca que me había enseñado Quento y significaba: bueno, bonitos… O sea, una frase de aprobación y hasta de complacencia.
Pues bien, aquellos supuestos bárbaros resultaron ser unos tipos encantadores. Muy divertidos. ¿Y cómo no serlo si vivían en el más completo y lúdico de los ocios?
Vean:

Estos son los aucas. Como pueden ver no tienen que preocuparse en si tienen dinero o no para gastaren ropa. Ni siquiera en si van o no a la moda.
Su vestido es su piel. Y a lo sumo ese adorno, el come, el hilo de algodón que ven les rodea la cintura.

Y que, además, hasta resulta útil a los hombres. Aunque no acabé de saber cual era la utilidad de llevar así… lo que ven.
Pero la pregunta es, ¿que necesidad tienen de cubríse si allí, en la zona de Pastaza, en la zona de selva que era su hábitat, la ropa no sólo se pudre en unas pocas semanas, sino que también es un foco de enfermedades?
Y lo mismo que no precisan gastar en ropa, tampoco tienen problema con la comida, la vivienda, los útiles de limpieza…

Esta es la selva auca. Como ven, agua corriente de sobra, material para fabricar una choza -lo que hacen en poco más de un día-, para tejer una hamaca, frutos, pesca, caza… O sea, una despensa al alcance de la mano. Una gran despensa porque una tribu auca nunca se compone de más de cuarenta personas y esas, como máximo cuarenta personas, cuentan como mínimo con veinte kilómetros cuadrados de selva. Así que de trabajar, nada. Salen a cazar cuando quieren, como quieren… y si quieren.
Así que son los patronos de sí mismos y su trabajo consiste en lo que nosotros consideramos un hobby.
Y además, un hobby casi totalmente carente de riesgos porque, no nos engañemos, hay más peligros en la calle de una ciudad que en la selva.

Y olvídense de la necesidad de declarar a Hacienda, de obedecer a cualquiera que lleve una gorra y se autodeclare autoridad. Nada. Ni jefe tienen. Nadie manda sobre nadie. Y nadie monopoliza la información.
Allí no hay CIA, ni CESID, ni KGB.
Concretamente, cuando un auca vuelve de una jornada de caza cuenta a todos donde hay caza, como ha cazado, etc. De manera que informa a todos de cuanto necesitan conocer para sobrevivir.
Y nunca miente al informar. Además, la información que da puede ser utilizada por los demás. O sea, la perfecta comunicación, porque nosotros tenemos muchos medios de información, pero no toda la información que necesitamos, y la que recibimos está siempre intoxicada, aparte de que no la podemos utilizar.
¿Qué puedo hacer yo si en nombre de la seguridad del Estado me acotan el huerto y lo declaran zona de defensa atómica?

¿Y los niños? Pues ya ven, felices. Poco menos de tres años pegados a la piel de la madre con el depósito de leche a su lado y luego, ya en el suelo, sin tener que ir a la escuela y con un recreo de todo el día. A fin de cuentas cuanto tienen que aprender, que es pescar y cazar, lo aprenden de la manera más divertida.
Sencillamente, pescando y cazando, y antes escuchando como quien escucha en el teatro a un actor, o sea al adulto que al llegar de cazar cuenta, excitado y gesticulante, cómo lo ha hecho.

¿Y entonces los aucas qué hacen?
Pues simplemente vivir en el ocio. Se bañan…

Y juegan, juegan, juegan… Su vida es un juego constante. Y el juego, aun siendo juego, es más que juego. Así, jugando niños y adultos van sabiendo quién es el más fuerte, quién el más hábil, quién el mejor estratega… Pero nadie compite con nadie. Y nadie presumen de fuerte o de hábil.
Simplemente eso se sabe y si un día la fuerza o la habilidad son necesarias los demás saben quién está especialmente dotado para dar respuesta a esa necesidad. Porque ya he dicho que no hay un Jefe.
Hay una tribu constituida por seres libres. Seres libres que saben en lo más íntimo de su ser que a lo único a que están obligados es a asegurar la supervivencia de la propia tribu.

Por eso la mujer es especialmente apreciada. Ellos saben, a su manera, que diez mujeres y un hombre son diez hijos. En tanto que diez hombres y una mujer son un hijo. Así que saben perfectamente que es la mujer la que asegura, en definitiva, la supervivencia de la tribu.
De ahí que preserven en todo momento la vida de las mujeres.

No hay escuelas, no hay Jefe, no hay que trabajar, la comida está al alcance de la mano, se bañan, ríen, juegan…Y se están tocando todo el día. Como larvas.
Se buscan los jejé, se abrazan, todo es efusivo, lleno de afectividad.
Puedo asegurar que nunca me he sentido tan aceptado y querido que cuando estuve con ellos. Aun siento sus manos acariciantes , exentas de toda connotación sexual, pero repletas de amor, intentando resolver mi problema de piojos y jejé.
Recorriéndome cabeza y espalda… Y esos despertares en los que solo abrir los ojos en la hamaca ya tenía a tres o cuatro grandes guerreros abrazándome contentos, como felices de que iba a pasar un día más junto a ellos, como sí despertar a un nuevo día fuera un milagro que había que celebrar.
En definitiva, allí hasta los árboles son amigos, porque son árboles concretos, no la idea de un árbol.

Allí lo único raro era yo. Tomando notas, vistiendo un pijama por causa del frío por la noche y al amanecer…
Como han visto viví con unos llamados salvajes que eran más libres que nosotros, que carecían de miedos, que no competían entre sí, que, en definitiva, habían hecho de su mundo un mundo lúdico, integrado entre sí y con la selva, un mundo en el que jugar era todo cuanto había que hacer. Un mundo muy distinto al nuestro. Y yo creo que más feliz que el nuestro, Y la prueba está en que ni casi enfermedades tienen. Precisamente en el año 1983 el Club de Exploradores de Nueva York patrocinó una expedición médica a la Amazonía para intentar descubrir la razón por la que los aucas no padecen cáncer, ni enfermedades cardiacas, ni estrés… En definitiva, una expedición de idiotas. Porque hay que ser muy idiota para no comprender que este tipo de enfermedades son enfermedades generadas por nuestra forma de vivir.
Y si así es, ¿por qué somos tan necios como para vivir así, en un caldo de cultivo patológico?
Hay un libro muy leído que afirma que eso se debió al empeño que una mujer puso en que su compañero de Paraíso le hincase el diente a la manzana que le estaba ofreciendo. Y yo no sé si fue exactamente así, pero lo que sí sé es que después de comerse la manzana -fuera lo que fuese la manzana- ambos se sintieron desnudos, inermes, muy distintos a como se habían sentido hasta entonces. O sea, supieron que el otro y el entorno ya no eran ellos, habían dejado su condición de andróginos para entrar en la dualidad. Eran uno que se sentía serlo todo y luego estaba lo demás.
Incluido en lo demás hasta al mismo Dios. Por eso éste tuvo que anunciarles que habían perdido el Paraíso y que en lo sucesivo iban a vivir en la sangre el sudor y las lágrimas de quienes, por sentirse distintos del entorno, acaban creyéndose iguales a Dios.
Lo que había ocurrido, sencillamente, era que por causa de la manzana evolutiva la frecuencia de nuestros ritmos cerebrales sobrepasaron los 14 hertzios, lo que significa que atravesamos la frontera de los ritmos bajos para entrar en la objetividad racional.
Ustedes saben que en la filogénesis de la vida lo primero fue una especie de memoria celular que devino luego en el frío cerebro reptiliano. Casi simple ataque y defensa, casi simple movilidad.
Para pasar luego al cerebro limbico, capaz ya de sentir el calor del afecto, de la unión tribal.
Acabando, al fin, en un neocórtex que distingue, por ahora, los últimos pasos de la evolución protoplasmática en cuyo pináculo se encuentra -para bien o para mal-el hombre dual que nosotros somos.
Para hacerlo más fácil transcribo un aforismo milenario chino que dice que la Vida, que es la Inteligencia, duerme en la piedra, sueña en la planta, despierta en el animal y sabe que está despierta en el hombre.
Pero lo que importa es que después de comer la manzana quedamos tan prendidos en nuestro cerebro pensante -el llamado Hemisferio Cerebral Izquierdo- que no solo olvidamos que teníamos un cerebro sensorial y afectivo -el llamado Hemisferio Cerebral Derecho-, sino que incluso llegamos a repudiarlo porque lo consideramos arcaico, propio de seres inferiores. Y así ahora vamos por el mundo con dos cerebros que no sólo se desconocen, sino que incluso viven enfrentados. Son, generalizando, el cerebro auca y nuestro cerebro occidental.
Los aucas que aún con hemisferio cerebral izquierdo siguen, no obstante, básicamente, las pautas de comportamiento del hemisferio cerebral derecho, viven inmersos en el entorno, la selva no es , para ellos, un lugar inhóspito, sino un gran claustro materno en el que se sienten protegidos.
Un útero, en definitiva, que les da cuanto necesitan.
Un útero en el que no hay entelequias, sino cosas concretas. Así, un árbol es algo vivo, algo que da sombra y fruto, algo que se puede tocar y hasta amar.
Nosotros, no. Nosotros nos hemos segregado del entorno. La naturaleza no es ya el útero de nuestra madre, sino un enemigo al que hay que combatir.
O, en el mejor de los casos, mejorar, porque claro está que en el entorno -eso que ya no consideramos forma parte de nosotros- hay peligros y hay dolor. Así que vamos a quitar los árboles de la selva que están mal puestos y estorban, Además, detrás de ellos puede haber un enemigo. Así que vamos a quitarlos y a hacer carreras rectas, geométricas, que esto si que está de acuerdo con nuestro cerebro pensante. Y luego ya pondremos semáforos y guardias. Porque no va a ir uno por ahí sin sentirse seguro.
Y es que todo empezó así. El cerebro razonador creo el concepto, y de lo que se puede tocar y sentir pasamos a lo que se puede pensar y modificar, de lo concreto pasamos a lo abstracto. Y de esta manera creamos el concepto árbol, el concepto río, el concepto cualquier cosa. Solo que el árbol concreto, el árbol auca, me da sombra y frutos y el árbol conceptual, nuestro árbol, es sólo un pensamiento de árbol y es, por tanto, un árbol sin sombra ni frutos. Al igual que el pensamiento abstracto río no es un rio en el que pueda pescar y en el que me pueda bañar. Y de esta manera, confundiendo el mundo mental con el mundo concreto, real, hemos llegado a la aberración de que más de un hombre se siente excitado con unas simples medias: 60-90-60. Ya saben Miss Mundo, la mujer perfecta. Y esto es algo que me permite no gastar en Viagra porque esos sólos números me excitan mentalmente y mentalmente -sólo mentalmente- me permiten copular con esa mujer no tangible pero perfecta. Impoluta, además, y sin acné, que las imágenes mentales están exentas de esas impurezas.
Pero hay más, ese cerebro izquierdo es cuantitativo, moraliza, y entre otras barbaridades es unídimensional, lo que significa que no sólo crea el concepto de finalidad, sino que crea también el tiempo. Y así, el humano que un día fue auca y vivió sin el temor de un mañana, ahora, que sabe ya que sí habrá un mañana, teme que la comida se agote y que ese día de mañana pueda pasar hambre. Así que el que fue auca, empieza ahora a asegurarse el alimento de mañana apropiándose de un cacho de tierra que empieza a cultivar, domestica animales que retiene en su poder, acota tramos de río para asegurarse la pesca. . . Y de eso a la tarjeta de crédito, al seguro de vida, al empleo fijo y a los bancos que me prestan -o no- el dinero que yo mismo he puesto en ellos no ha habido más que un paso.
Nos movemos en el mundo irreal del pensamiento racional. Que irracional es nuestro cerebro razonador. Porque ese cerebro razonador, magnífico en sí mismo pero al que hemos cometido el error de sacralizar, es el que ahora, por haberlo sacralizado y creer que no hay más forma de realidad que la que él percibe, nos está impidiendo vivir la auténtica vida, la que se puede tocar y sentir.
Y así buscamos la felicidad donde no está. La buscamos en el dinero, en la simple acumulación de dinero, no en lo que podemos obtener con ese dinero. Y nos pasamos la vida trabajando para tener dinero, sin que nos quede tiempo para disfrutarlo. En realidad es que no queremos gastarlo, lo que queremos es ahorrarlo porque y si mañana… El miedo al mañana. Cuando en el mañana no habrá más que nuestra muerte y unos herederos que, si son inteligentes, disfrutarán de nuestro dinero.
Y seguimos, así, pidiendo conceptos que no pueden hacernos felices. Por ejemplo, yo sé de algunos que piden trabajo. Y no se dan cuenta de que el trabajo es un castigo divino. Además, todos sabemos – y si no lo sabemos es que somos tontos- que el dinero no se obtiene trabajando, que, por el contrario, si perdemos el tiempo trabajando no nos queda tiempo para ganar dinero. Pedimos conceptos, cosas que no son reales.
No pedimos vida, pedimos sobrevivir. Siempre el cerebro izquierdo cuantíficador. Consideramos que vivir muchos años, aunque sea en una silla de ruedas, es mejor que vivir menos años pero disfrutando de la vida.
Más todavía, hemos creado una moral que nos ahoga.
Todo el mundo se empeña -clérigos y no clérigos- en hacernos culpables de algo. Incluso nos culpan si nos ven disfrutar de la vida. Y todo porque quienes nos culpan son incapaces de enfrentar la vida, de vivirla.
Que vivir, vivir auténticamente, sin miedos es a fin de cuentas nuestra finalidad. No ir enredando por ahí intentando salvar a otros. Salvarlos de no se sabe qué. Supongo de lo que temen ellos, no los demás.
Hemos llegado a una vida tan mental, tan aberrante, que pedimos lo que no se puede obtener. Pedimos felicidad.
¿Cómo podemos ser eso que llamamos felicidad si esto es solo una palabra, un concepto?
Pedir la felicidad es tanto como pedir un árbol que no puede dar frutos ni sombra o un río en el que no podemos pescar ni bañarnos.
Y, además, ¿ por qué pedimos? ¿Quién nos lo tiene que dar? Si ya nos lo han dado. La vida -y si queréis llamad a eso felicidad- está ya con nosotros. Es eso que llamamos el mundo cualitativo del hemisferio cerebral derecho.
Tenemos un cuerpo, tenemos manos. ¿Por qué no acariciamos, por qué no tocamos y sentimos?
Tenemos un mundo amplio, inacabable, lleno de luz y vida ¿Por qué pues nos mantenemos en un mismo lugar, en una misma casa, quizás sombría, sin sol?
Tenemos niños fuera y tenemos un niño -el niño que fuimos- dentro de nosotros. ¿Por qué no nos permitimos volver a ser esos niños -los de fuera y el de dentro, que son el mismo niño- jugando con ellos, como ellos?
Tenemos un hoy eterno, porque siempre es hoy. No hay un mañana. El mañana es sólo una sombra de la mente. La vida sólo puede vivir el hoy que es hoy y en el hoy que será mañana. ¿Por que pues no vivimos hoy, porque pues vivimos para un mañana que no existe?
Sí ,ya sé que también existe el miedo. Soy el creador de una terapia -Anatheóresis- que explica eso. Que explica como nos alimentamos de miedo ya en el útero de nuestra madre. Pero esto es superable. Y más lo sería si supiéramos vivir. Si aceptáramos que la viva es calidad, es sentimiento.
Y que no hay seguridad. Que debemos aceptar que solo la inseguridad es segura. Así que dejaos llevar. Fluid con la vida.
¿Os acordáis del antiguo cuento de la rana? ¿De aquel poblado de batracios que vivía en el lecho de un río, luchando día y noche por permanecer asido a las rocas y a la vegetación submarina, temeroso de que la corriente se lo llevara? Porque eso, ser arrastrados por la corriente, entendían los batracios era la muerte. Y allí estaban, viviendo -muriendo- con su estrés de ranas submarinas, con su constante temor a ser arrastradas por la corriente del río de la vida. Pero hubo una rana que pensó: «Estar aquí todo el día ocupada en el esfuerzo de que no se me lleve la corriente es peor que estar muerta. Así que no pierdo nada arriesgando mi vida. Además, quien ha hecho la roca ha hecho también el río, y si la roca nos protege, ¿por qué ha de dañarnos la corriente del río».
Y esa fue la rana que emergió de los fondos submarinos y no sólo gozó de una nueva forma de existencia al salir a la superficie, sino que, además, alcanzó el mar, donde se transformó en gaviota. Y, ya en el aire, desde la altura de vuelo de una gaviota, vio que no hay un río y un mar, sino que río y mar son sólo dos nombres distintos de una misma cosa, siempre unida.
Sí, ya sé que desprenderse de la roca a laque estamos agarrados es arriesgarnos a vivir sin asideros. Pero así es la vida, no hay asideros. La vida es flujo y reflujo, simple fluir.
Y ya que voy de cuentacuentos, ¿saben el del hombre al que se le fueron los caballos? ¿No?… Pues allá va:
Había una vez un hombre que se dedicaba a la cría y doma de caballos. Y ocurrió que un día los caballos que tenía en el corral, y eran toda su fortuna, huyeron. Los vecinos se reunieron y fueron a compadecerle por haber tenido tan mala suerte.
Pero el hombre dijo: «Puede ser».
Al día siguiente los caballos regresaron trayendo consigo seis caballos salvajes y los vecinos le felicitaron por su buena suerte. Pero el hombre dijo: «Puede ser».
Entonces, al siguiente día, su hijo intentó ensillar y montar uno de los caballos salvajes. Fue derribado y se rompió un brazo. Nuevamente los vecinos fueron a expresarle su compasión por la desgracia.
Pero el hombre dijo: «Puede ser».
Un día más tarde los oficiales de reclutamiento llegaron al pueblo para llevarse a los hombres jóvenes al ejército, pero como tenía un brazo roto, su hijo fue excluido. Los vecinos expresaron al hombre cuan favorable se le había tornado la situación. Pero el hombre dijo: «Puede ser»
Para qué seguir. Así es la vida. Por eso es imposible encontrar eso que llamamos felicidad en el simple pensamiento de felicidad. Aferrarnos a los conceptos es condenarse a no vivir. Porque los pensamientos pueden ayudarnos a vivir, pero en si mismos no son vida.
Seamos pues aucas sin dejar de ser racionales.
Desnudémonos y sintamos el placer del contacto de otro cuerpo desnudo, y pensemos en lo deseable y gratificante que esto es. No lo estropeemos con pensamientos de culpabilidad. Unamos cuerpo y mente. No digamos pienso luego existo. Esto lo dijo un señor llamado Descartes que nunca supo qué era la vida. Nosotros digamos: existo, luego siento y pienso. Y esto es todo cuanto tengo y cuanto puedo y quiero tener.
Todas las culturas, aun las más antiguas, sabían que ese senir y pensar, que ese dejarse fluir con la vida era la Via Sacra de la Felicidad. En Delfos, en la Antigua Grecia, IV siglos antes de Jesucristo, había una muy concreta y expresa Vía Sacra de la Sabiduría que era una via iniciática que llevaba al Templo de Apolo donde profetizaba la pitonisa. Era una via iniciática de la que se decía que quien al recorrerla comprobaba que cumplía todos los aforismos inscritos en los templos de esa vía no tenía porque preguntar ya al oráculo, porque si cumplía con esos aforismo eso probaba que todas las respuestas estaban ya en él, en su vida. Que había alcanzado la sabiduría y con ésta la felicidad.
Y esos aforismo eran:
- Conócete a tí mismo. Porque si te conoces en profundidad conoces a los dioses. porque Dios -en este caso Apolo, la Luz-habita dentro de nosotros.
- Todo fluye. Todo va y bien,. nada se detiene, todo es continuo cambio.
- Aprovecha el tiempo. Porque el tiempo es nuestro mayor bien, pero puede ser también nuestro mayor mal. La felicidad depende de lo que hagamos en y con el tiempo.
- Todo es vanidad. O sea, no olvidar que todo surge de nuestro ego. Que todo tiende a alimentar nuestra propia satisfacción. Ya sea amar, sacrificarnos o intentar ayudar a los demás.
- Rompe la acción con pausas. Y dedica esas pausas al ocio, a un ocio enriquecedor. Porque esas pausas son las que justifican toda acción.
- Nada con exceso. Un aforismo que iba especialmente dirigido a los ricos. Y que precisaba que nunca el exceso, en nada, ha dado la felicidad. Porque la felicidad no es tener más, sino tener mejor.
- Nadie puede escapar a la fuerza del destino. En el sentido, no de que nuestro destino personal está escrito o sujeto a un karma o algo similar, sino en el sentido de que la vida fluye en un determinado sentido y eso, en sí mismo, es el destino superior que no podemos contrariar, salvo que nos queramos hacer desdichados.
Y este último aforismo se unía al primero, porque quien se conoce a sí mismo conoce el destino.
Pero, ¿cómo conocernos a nosotros mismos?
Permitidme que hable de Anatheóresis. Muy brevemente. Para conocernos a nosotros mismos lo que menos importa es aquello que nos ha acontecido y recordamos. Esto es sólo la simple repetición de un guión que hemos escrito en el claustro materno, al nacer y hasta los siete a 12 años. Porque es desde el momento de nuestra concepción hasta esa edad cuando esculpimos nuestro yo, El yo profundo que dictará ya todos nuestros actos. Y esto por la sencilla razón de que a los siete a 12 años ha madurado ya ese cerebro izquierdo que dice razonar y no hace otra cosa que proyectar ciegamente los contenidos emocionales que alimentan nuestra biografía olvidada. La que va básicamente desde la concepción al nacimiento.
Sólo, por tanto, conociendo esos fantasmas, comprendiéndolos, y comprenderlos es eliminarlos, podemos ser libres. Y esto es lo que hace Anatheóresis: liberarnos. No sólo liberarnos de nuestras patologías, sino, sobre todo, situarnos libres de compulsiones ante nuestro destino. Con la capacidad de asumirlo sin esfuerzo.
Con una constante sensación de paz y de plenitud vital que es lo que más se parece en el mundo real a eso que llamamos felicidad. Y que no es más que una palabra. Pero una palabra que señala una dirección.
Así que, por favor, mirad dentro de vosotros y tras contemplaros en profundidad seguid la dirección de la flecha que indica el camino de vuestra auténtica vida.
Eso es todo. Eso es la felicidad.
JOAQUÍN GRAU